Borraron tus hazañas, tus nombres y tus cultos. Enterradas quedaron tus representaciones y nosotros y nosotras engañadas, despojadas y aterradas intentamos disimular que alguna vez te habíamos reconocido, percibido o sentido. Aunque, no lo logramos del todo, hay que reconocerlo.
¿Y ahora? ¿Dónde está escrita tu gloria? Los hijos de la palabra olvidaron- o quizá solo siguen disimulando- que tu idioma ya está escrito por tí y que es imborrable y que has inventado una lengua tan rica que eres capaz de combinaciones infinitas y que ya has producido incontables frases, textos, libros y sagas.
Aún ciegos ante tu incognoscibilidad se han afanado los hombres asustados en desentrañar pedacitos de algún texto tuyo. ¡Cuántas espirales han desenrollado! Y ya se aprestan impacientes a reformular frases para componer versos que calmen su miedo; quién sabe si tú ya cantaste esos versos hace un instante o una eternidad.
Entre tanto, tú sigues ahí, impertérrita, cual perra, que saciada tras una buena caza, se tumba para dejar mamar a sus cachorros mientras contempla con deleite casi extático el bello ocaso.
Chit de Dali.
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