martes, 23 de diciembre de 2025

YA LLEGÓ LA NAVIDAD


Ya es Navidad. Yo no quería, pero… Navidad...ese concepto que nos venden como una mezcla de magia y purpurina, pero que en realidad es una milonga sustentada exclusivamente por el lomo de las mujeres. Porque admitámoslo: si las mujeres nos declaráramos en huelga desde hoy, el "espíritu navideño" se desvanecería más rápido que la credibilidad de tu cuñado aún sin haber bebido.

​El chantaje emocional (o "Piensa en los niños")

​Mi escepticismo resulta molesto, lo sé. Si decides plantarte, te cuelgan la etiqueta de "antisocial" antes de que termines de decir "no quiero poner el árbol". El chantaje es simple: ¿Eres buena madre? Entonces asfixia tu dignidad y celebra. No querrás que tus hijos vuelvan al colegio siendo los únicos bichos raros, ¿verdad?

​Así que tragas. Compras comida a precio de uranio enriquecido para que la mesa parezca un bodegón de revista, pintas nieve artificial en las ventanas y te compras una sombra de ojos con más brilli-brilli que una bola de discoteca. Todo para que, como decía Mary Poppins, "con un poco de azúcar" la píldora pase mejor. El problema es que el azúcar no disfraza el ataque de pánico que te da al recordar que tienes que cenar con tu prima Fulanita…

​La liturgia del jamón y el cuchillo largo

​Hablemos de la "Institución Familiar". Esa entidad sagrada que, según la Biblia (o el catálogo de El Corte Inglés), hay que venerar por encima de tu salud mental. Da igual que no llegues a fin de mes; hay que aparentar. Hay que poner marisco.

​Y, por supuesto, hay que tener un jamón en la encimera. ¿Qué les pasa a los hombres con el ritual del corte? ¿Es una cuestión de estatus? ¿No eres un macho alfa si no blandes un cuchillo de treinta centímetros mientras sujetas una cerveza? Sospecho que el tamaño del cuchillo compensa otras carencias de las que no tengo tiempo de investigar ahora.

​La dictadura de la felicidad obligatoria

​La Navidad es el juego de perfeccionamiento del arte de mirar hacia otro lado. Es la hipocresía elevada a la máxima potencia. Los anuncios te dicen qué comer, qué vestir y, lo más aterrador, qué sentir. Nos quieren aborregados. Da igual si eres más rojo que el traje de Papá Noel: en diciembre, vas a consumir y vas a sonreír aunque no tengas calefacción en casa.

​No se te ocurra hacer experimentos. No pruebes a pasar unas Navidades sin adornos ni cuñados. Si lo pruebas y descubres que se vive mejor en una cueva, no habrá marcha atrás, y el sistema no puede permitirse perder a otra obrera de la Navidad.

​La cara B: Violencia y siestas

​Mientras los telediarios abren con el GPS del trineo de los Reyes Magos, la realidad sigue ahí. La violencia contra las mujeres no se toma vacaciones. Y no hablo solo de la punta del iceberg. Hablo de esa misoginia de baja intensidad de los hombres que se sorprenden cuando su madre abre un regalo que ellos ni sabían que existía.

— "¿Qué 'le hemos' comprado a mi madre, cariño?"— preguntan, mientras practican el "nosotros" inclusivo más falso de la historia.

​Después, ellos se entregan a la siesta sagrada mientras la "bendita mujer" recoge la mesa, atiende a los niños y a la familia propia y la política y así mantiene el decorado en pie. Es para daros el pésame, de verdad.

​Conclusión: Yo me cago en la tradición

​Mi suegra decía que tenemos suerte de no tener que ir al río a lavar la ropa. Parecía que deseara que tuviéramos que hacerlo. Yo aspiro a que mis hijos tengan la suerte de vivir en una sociedad laica y que les venga dado no estar bajo estas estructuras de control.

Las comidas de Navidad son el escenario de un teatro. La anfitriona como guardiana del ritual, la performance de garantizar que todo parezca mágico y espontáneo aunque detrás haya horas y horas de planificación invisible que los invitados consumen pero no ven. El sacrificio de tu propio espacio, esa servidumbre voluntaria donde tu éxito se mide por el bienestar ajeno…El buen gusto, la presión estética (nada de cenar en nochebuena con un chándal y la cara lavada). Y hay que evitar conflictos, ser diplomática, acordarse de anécdotas de los suegros o los sobrinos, mantener una conversación fluida y divertida…ese es tu guión en la performance navideña. Y más cosas de las que no me quiero acordar. Carga mental, emocional, física, estética y económica. Somos las encargadas de mantener la tradición. El calor del hogar.

​Quiero abolir la Navidad. No solo por feminismo, ni por falta de fe, sino por higiene mental. Por dejar de ser borregos que cierran los ojos ante el lavado de cerebro institucional. Pero como sé que este año también vas a acabar comprando lotería y aguantando el tipo...

​En fin, lo dicho: Feliz Navidad.



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